El esfuerzo no es tóxico
Nota: Este artículo es una traducción al español del original en inglés, escrito por mí. Puedes leer la versión original aquí.
Soy un usuario habitual de “BcnEng”, un espacio de Slack dedicado a los ingenieros de software de Barcelona. Es un grupo con casi quince mil miembros. El otro día, alguien preguntó si poner en una oferta de trabajo algo como “(...) este puesto no es para ti si buscas un trabajo de 9 a 5” era una señal de alarma (“red flag”).
Por las reacciones, se ve que mucha gente lo considera una mala señal. Hoy en día, en las sociedades occidentales, hay una idea muy extendida de que el éxito o el fracaso dependen sobre todo de factores externos: la suerte suerte, la clase social, los contactos, etc. Como consecuencia, el esfuerzo personal, la disciplina o la constancia suelen infravalorarse o incluso verse con desconfianza. Como si esforzarse demasiado fuera una forma de complicidad con un sistema injusto, en vez de una muestra de ambición o resiliencia. Pero esa forma de pensar ignora los matices. No todos los trabajos, empresas o sectores son iguales. Hay una diferencia enorme entre el overwork tóxico sin recompensa alguna, y decidir conscientemente exigirte más en un entorno de alto crecimiento porque crees en la misión, en el equipo o en el potencial del proyecto.
Para dejarlo claro: no defiendo el “crunch”, esas fases absurdas de jornadas interminables, ni las horas extra sin pagar ni las empresas que venden precariedad envuelta en entusiasmo o en el “espíritu startup”. Esa cultura del agotamiento hay que denunciarla, especialmente en industrias como la de los videojuegos, donde se repite como si fuera algo normal. Lo que sí cuestiono es la idea generalizada de que cualquier trabajo que exija más de ocho horas al día sea automáticamente una forma de explotación. No siempre es así. A veces, trabajar más es una elección estratégica y voluntaria, sobre todo si estás aprendiendo mucho, construyendo algo ambicioso y participando de los beneficios.
Seamos sinceros: nadie serio en OpenAI, Anthropic o los equipos de IA de Google trabaja solo ocho horas y se va a casa. Esa gente dedica tiempo e intensidad de verdad. No porque las empresas los estén exprimiendo, sino porque están construyendo tecnología que cambia fronteras. Y saben lo que está en juego. En la mayoría de los casos, además, tienen un potencial de recompensa económica enorme.
El equilibrio entre vida y trabajo importa. Mucho. Lo valoro especialmente desde que tengo hijos. Pero también reconozco que priorizar ese equilibrio suele implicar dejar en segundo plano otras cosas: el crecimiento profesional, la compensación económica o la posibilidad de tener equity en una startup. Son renuncias, no fracasos morales. Yo prefiero hacerme otras preguntas:
¿Qué tipo de empresa es esta? ¿Voy a crecer y aprender con buena gente?
¿Hay una recompensa significativa, económica o de otro tipo?
¿Estoy en una etapa de mi vida en la que puedo (y quiero) dar un poco más?
El pensamiento “café para todos” simplifica demasiado la realidad. No todo el mundo tiene que vivir para el hustle. Pero tampoco todo el mundo debería conformarse con dejarse llevar. Despreciar el esfuerzo simplemente porque algunas empresas lo han pervertido es igual de miope.
El esfuerzo sigue importando, sobre todo cuando es una elección propia.
— João


